VALENCIA, 14 de marzo de 2012. Quinta de la feria de fallas. Un tercio de entrada. Toros de Valdefresno, desiguales de presencia, bajos de raza y deslucidos; la excepción, el segundo, con buen tranco, y en menor medida el quinto, noble pero que se rajó muy pronto. Thomas Dufau (de burdeos y oro), silencio y silencio tras un aviso. Diego Silveti (de fucsia y oro), ovación tras aviso y silencio tras aviso. Jiménez Fortes, vuelta con algunas protestas y silencio tras aviso.
Cuando la tarde no anda bien encaminada, y así ocurrió hoy, la premiosidad con la que en Valencia se desarrollan las corridas acaba pesando una barbaridad, sin postura posible en el duro ladrillo. Lo han intentado abreviar, modificando los itinerarios de las cabalgaduras, pero ni así. Y lo peor es que el personal acaba prestando poca atención a lo que ocurre, mientras conversa con el vecino de localidad. En algo hay que entretenerse.
Y si la tarde fue tirando a deslucida, en buena medida hay que anotarlo en el debe del lote de reses que enviaron los hermanos Fraile, en este caso con el hierro de Valdefresno. Con el segundo parecía que salían del bache de los últimos años; un espejismo: fue la excepción. El resto, con presentación poco lucida, acusaron su falta de raza y su mucha sosería. Justo lo contrario de lo que necesita una terna joven, que quiere arrear, pero que necesita el toro que, además de ir y venir, ponga ese punto de pimienta que conecta de inmediato con los tendidos.
Adelantemos que tanto a Dufau como a Silveti y a Jiménez Fortes se les vio con mejor asentamiento del esperable en el escalafón mayor. No deja de ser un punto a su favor. Luego las cosas discurrieron de forma variopinta, a tenor de los “valdefresnos” de turno. Pero su asimilación de la nueva situación, es en sí misma un dato positivo.
Cuando no se tiene una clase excepcional, el toro desrazado es lo peor que le puede tocar. Eso le ocurrió a Thomas Dufau, que prodigó innumerables muletazos, ninguno de los cuales pasaron al recuerdo. Faenas insistentes, largas y sin demasiado contenido, previas al silencio general.
Detalles interesantes dejó Diego Silveti, tanto con el capote como con la muleta. En especial en el buen segundo, ante el tuvo momentos excelentes. Variado y muy torero siempre –el peso de la dinastías--, luego falló a espadas y lo que iba para una oreja quedó en una ovación, que se volvió a repetir con el rajado y noble quinto. Al mexicano se le ve a gusto. Por delante tiene Sevilla y Madrid para consolidarse.
Jiménez Fortes, mucho mas asentado que de novillero --cuando andaba un poco a tropezones--, no escatima ni valor ni decisión. Buena cosa es que se encuentre cómodo en la cara del toro. De su toreo esta tarde tan sólo hubo intuiciones, porque el material no daba para más; pero son intuiciones positivas, por su forma de colocarse, por su firmeza, por sus propias formas en el manejo de los engaños.
Demos, pues, tiempo al tiempo. El triunfo en el toreo nunca fue cosa de media hora.
Nota al margen
Salvo excepciones, no tuvieron su tarde las gentes de plata. Por ejemplo, en el cuarto para cubrir el segundo tercio, con el ven por aquí y sal por allí, necesitaron por encima de las dos docenas de capotazos y ninguno bueno. Eso no lo aguanta ni el toro más bravo que se haya visto. Y sin embargo, una parte de las orejas que se cortan vienen, precisamente, de una lidia eficaz. Cuando además el toro no es bravo, cantamos las diez de ultima.